miércoles, mayo 02, 2007

Comun y Corriente



No me viste venir, creíste que era otro cliente más, otro cliente común y corriente. No pudiste haber estado más equivocado. Me acerqué y te pedí una caja de cigarrillos, no dijiste nada, sólo agarraste la cajetilla y la dejaste frente mío, era tarde y estabas tan cansado, ¿cuántas horas llevabas trabajando? Quien sabe ¿verdad?, puse mi mano en el bolsillo trasero de mis pantalones, apuesto que creíste que iba a sacar mi billetera, debiste a ver visto la cara que pusiste cuando tenías el cañón frente a tus ojos, comenzaste a sudar pero nunca habías estado más quieto, abriste la boca pero no dijiste nada, abriste esos cansados ojos que tenías, nunca habías estado tan despierto. Después de algunos segundos (Debieron haber sido horas para ti) comenzaste a balbucear, que me llevara todo el dinero que tenías, que no te importaba, pedías por tu vida, que tuviera compasión, que tenias mujer e hijos, que querías verlos crecer, y luego comenzaste a llorar, yo en cambio comencé a reír, levantaste las manos y te dije que salieras del mostrador, obedeciste sin decir ninguna palabra, esto era demasiado fácil, te arrodillaste frente a mi, yo traje una silla para sentarme, quería disfrutar del espectáculo, solo dos metros separaban tu rostro de la bala que en unos momentos más lo atravesaría, seguías llorando, dijiste que harías lo que fuera, y te pregunte si me odias, me dijiste que no –No, no lo odio señor, usted debe tener alguna razón…- maldito infeliz, mentiroso, cínico, estoy con una pistola apuntándote a tu rostro y tu me dices que no me odias ¡Sí claro! si es que no me odias a mí ¿a quien odias? ¿A quien te gustaría ver muerto? Vamos respóndeme, cuando salga de esta tienda ¿a quien quieres que busque? Comenzaste a temblar, me dijiste que a nadie, te pregunto de nuevo, esta vez además te digo que si no me dices algún nombre serás tú quien morirá, piensa en tu señora, piensa en tus hijos, ¿quieres que queden sin padre? comenzaste a rezar, Padre nuestro que estas en los cielos –cállate- santificado sea tu nombre –cállate- venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el… ¡Cállate! Te golpeo en el rostro, ¿Acaso no ves que estoy dejando en TUS manos tu destino? ¡No en las de Dios! Te estoy dando la posibilidad de salvarte, de hacerlo tu mismo, o ¿acaso crees que un ángel va a bajar y salvarte? No, no le interesas, un simple cajero en una estación de servicio en el medio de la nada, ¿que esperabas? Me paro y me pongo detrás de tuyo, sientes el frío metal en la nuca, ¿viste pasar tu vida frente a tus ojos? -Dame tu billetera- tu mano tiembla, pero haces lo que te digo –Entonces, me vas a decir algo o ¿voy a tener que ir a preguntárselo a tu mujer?- me miras con cara de espanto, no, no sería capaz... ¿o si? Ya he llegado hasta acá ¿que me impide dar el siguiente paso? Tragas saliva, abres la boca pero las palabras no salen, no puedes decir nada mientras estas llorando, muy bien, si no quieres hablar no es mi problema, en ese momento me dices con tu voz entrecortada que hay un tipo, un tipo al que alguna vez le pediste prestado dinero, y que todos los meses viene, viene a cobrar, nunca viene solo siempre con sus matones, cada vez es peor, la ultima vez que estuvieron por acá destruyeron todo el local, y te dieron una paliza, te golpearon, te patearon en el suelo hasta quedar inconsciente.
A él, a él lo odio, no me importaría no volver a verlo nunca más, que me deje en paz a mi y a mi familia, él, él debería estar acá ahora no yo, él, sí a él deberías ir a buscarlo, ahora por favor déjame tranquilo, luego me preguntaste cual era su nombre, Cristian Méndez, tiene el pelo negro, y no es muy alto…
El señor Méndez se canso de esperar, la bala atravesó tu cabeza y se alojo en el muro de enfrente, tu cuerpo inerte quedo ahí, en un charco de sangre, salgo de la tienda, como si nada hubiese pasado, como otro cliente más, común y corriente. No pudiste estar más equivocado.